Entramos dos veces a Uzbekistán en nuestro recorrido por la Ruta de la Seda. En la primera entrada al país recorrimos a dedo el Valle de Fergana hasta Tashkent. Y la segunda vez nos fuimos a Samarcanda, Bukhara y Khiva. Como teníamos tiempo, también, fuimos a visitar Nukus, Moynak y el desastre ecológico del Mar de Aral.
Pese a ser de las ciudades más conocidas y deseadas por los viajeros que visitan el país, las tres joyas de la corona de Uzbekistán se disputan entre ellas el premio a la belleza, como si se tratase de un concurso de modelos. Samarcanda, Bukhara y Khiva son tres ciudades que no solo rezuman belleza, si no que tienen mucha historia a sus espaldas.
Sea por libros, relatos o películas, pocos son los que no hayan oído hablar sobre alguna de estas ciudades. Solo el nombre ya dispara la imaginación. Grandes mezquitas y madrazas, ordenadas construir por importantes personajes de la historia. Mausoleos que guardan los restos de éstos. Caravanserais donde se regocijaron, durmieron y escondieron. Ciudades que vivieron del comercio, dónde mercaderes hicieron fortunas y otros las perdieron. Aquí se encontraban el mundo occidental con el oriental: productos, tradiciones y religiones. Escenarios de muchas historias. Si uno deja volar la imaginación las historias son infinitas.
Hoy son tres ciudades que pertenecen al clásico recorrido turístico de aquél que visita Uzbekistán. Tres ciudades, que pese a llenarse de turistas de todo el mundo, siguen guardando parte de la magia y el esplendor que tuvieron en su momento más álgido.
Las 3 joyas de Uzbekistán
Samarcanda
Samarcanda es una de la ciudades más antiguas del mundo aún habitada, por lo que fue declarada Patrimonio de la Humanidad. Al cruzar la frontera volvimos al autostop. El coche nos dejó lejos del centro. Siguiendo el mapa, mientras caminábamos, aprovechamos para preguntar en alguno de los alojamientos que teníamos apuntados como baratos. De repente llegamos a la Plaza de Rejistán. Se mostraron ante nosotros las tres madrazas de manera repentina. La madraza Shirdor frente a la madraza Ulugbek, y en el centro la Tilla Kari, iluminadas por la luz del atardecer. Tuvo su punto mágico, no lo vamos a negar. Con nuestras mochilas al hombro, nos acordamos de China, de todo el camino recorrido hasta aquí y por supuesto de lo que nos quedaría hasta llegar a Estambul. Samarcanda es un punto intermedio en el viaje de la Ruta de la Seda y nos quedamos admirando por un rato la escena que tantas veces habíamos soñado, mientras, planeábamos el viaje desde casa.
Encontramos un hostel. Dejamos las mochilas y nos fuimos a ver el espectáculo de luz y sonido que se ofrece por la noche, gratuitamente, en la fachada de las madrazas en la plaza de Rejistán. Aunque lo más representativo de la ciudad es la plaza de Rejistán, también la ciudad tiene otros monumentos y lugares de interés a los que vale la pena dedicarles tiempo.
La importancia estratégica de la ciudad albergó también a conquistadores de esta parte del mundo. Tamerlán fue uno de los más importante que pasó por aquí. La ciudad puede presumir de tener su tumba entre los monumentos más destacados. La esposa de Tamerlán también tiene un monumento. La mezquita Bibi-Khanym es preciosa con unos minaretes enormes y aunque su envergadura sigue siendo impresionante, creemos que es solo una parte de lo que fue. Cerca de ésta, se encuentra el bazar Siob con su ajetreo constante de mercancía durante el día y la necrópolis Shah-i-Zinda donde está enterrado Kusam-Ibn-Abbas. Éste uno de los primos de Mahoma, el profeta musulmán, fue quien trajo a esta parte del mundo el islam. Su mausoleo es uno de los edificios más antiguos de la ciudad. Nos acercamos hasta aquí por la retaguardia, a través del actual cementerio dónde también vimos tumbas bastante peculiares – tallan en la lápida el rostro o el cuerpo del fallecido – y que son comunes en las antiguas exrepúblicas soviéticas.
Es una ciudad emblemática donde las haya, no cabe ninguna duda, pero reconocemos que a parte de los monumentos históricos, la ciudad que resta es una ciudad más de corte soviético.
Khiva
Llegamos a Khiva a través de un paisaje desértico enlazando diferentes autobuses desde Nukus a Urgench, y luego posteriormente hasta Khiva. Hacía un calor horrible, pero teníamos claro donde íbamos a dormir las noches que pasáramos en la ciudad y nos fuimos directos a la jugada segura. Fue un acierto. Bueno, bonito y barato.
En más que cayó la tarde nos fuimos a la zona antigua, Itchan Qala. ¿Que se puede decir de este lugar? Que rezuma belleza por todos los lados. La ciudad antigua está rodeada por una muralla de adobe. De adobe son las casas que hay en su interior. Todo el conjunto hace que te transportes a tiempos donde fue conquistada por griegos, árabes, mongoles y uzbekos. Los minaretes históricos se alzan por encima de cualquier edificio. Pese a que está turisteada, es fácil salir del bullicio y perderse por las calles menos transitadas. Tras caer la noche, los minaretes se iluminan y solo hace falta buscar algún lugar en lo alto de la muralla a la que encaramarse para disfrutar de unas vistas que a lo poco hipnotizan. Caminamos sin rumbo, y sin rumbo nos topamos con una zona menos turística donde no hay tiendas y las calles son polvorientas. Los artesanos tallan la madera y nuestra cámara deja de tomar fotos por no invadir lo cotidiano. En los alrededores, a pies de la muralla, sigue existiendo un antiguo cementerio. Algunas de las tumbas están abiertas y se pueden ver los huesos.
Grata coincidencia fue conocer a Pau y Álvaro que viajan en bicicleta. El tiempo que compartimos fue escaso, pero no sería un problema porque aún había opciones de reencontrarnos más adelante y seguir con nuestras charlas.
Fuera de las murallas también hay vida. Mucha vida. Los niños aprovechan los canales de irrigación para refrescarse, jugar y armar jaleo. Un jaleo alegre. Cerca de donde dormíamos, un gran mercado invade las calles y se venden los productos frescos. Aquí los precios no tienen nada que ver con la zona antigua. Todo es barato. Pero volvemos a la zona antigua, a perdernos de nuevo por sus calles, disfrutar de las diferentes luces reflejando en el lapislázuli de los minaretes y fachadas de las madrazas. Nos dejamos invadir por el ocre del adobe. Khiva es la que más nos gusta, la que más nos cautiva. Si no obligaran a escoger entre alguna de las tres joyas, la escogeríamos a ella.
Bukhara
Desde Khiva llegamos hasta esta ciudad, haciendo autostop y experimentando lo que llamamos siempre la suerte del viaje. Hacer autoestop en Uzbekistán en pleno verano no es la mejor idea que se le puede ocurrir a alguien, pero cabezones nos animamos. Cuando nuestras fuerzas y paciencia estaban al límite, un taxi con dos turistas españoles se apiadaron y nos recogieron del borde de la carretera, donde caían implacables más de 45º C. Destino directo Bukhara. No nos lo podíamos creer, cruzamos todo el santo desierto, bordeando en algún tramo la frontera con Turkmenistán, en la comodidad del aire acondicionado, disfrutando de conversaciones viajeras, y es que este matrimonio madrileño resultó tener a sus espaldas también grandes viajes. Un puntazo.
Nos dejaron en el casco antiguo de la ciudad. Era mediodía y con un sol abrasador tuvimos la suerte de no tener que buscar sitio para dormir esa noche. Nos alojamos mediante CS en un caravanserai. Los antiguos alojamientos de las caravanas de la Ruta de la Seda iban a ser esa noche el nuestro propio. Hoy este caravanserai está adaptado a galería de arte, pero un couch dispone de una habitación para viajeros que quieran vivir esta experiencia. Nos recibió, nos mostró el lugar donde nos quedaríamos y tras compartir charla y té, fuimos a dar una vuelta por la ciudad.
Bukhara es una ciudad oasis y es buen lugar para pasar unos días. Descansar del ajetreo del viaje mientras se disfruta del tiempo paseando entre muchísimos monumentos. La importancia de Bukhara es indiscutible, siendo en su tiempo el principal centro islámico de toda Asia Central con la madraza Kukeldash. Al ser un importante centro cultural islámico, la ciudad en sí está llena de monumentos, que se encuentran por todas partes. Paseando encontramos maravillosas madrazas, mezquitas, bazares y caravanserais en diferentes estados de conservación. El minarete Kalyan es una obra de arte. Nos encantó. Saliendo un poco de lo más céntrico, se encuentra fácilmente la fortaleza Arq. Por el tamaño de sus paredes es inevitablemente visible.
Lyabi Hauz se sitúa en pleno centro de la ciudad. Marca un punto de encuentro para los visitantes y locales. Es el lugar dónde al caer la tarde todos ellos se reúnen para pasar el rato, disfrutar de una taza de té al fresco o tomarse un helado en alguna de las tantas heladerías que hay alrededor del estanque de agua. Cerca del estanque está la madraza Nadir Divan-Begi. Su fachada nos pareció hermosa. Otro de los puntos que más nos gustó y al cual solíamos acercarnos al caer la tarde era el complejo de Po-i-Kalyan. Entre la generosa plaza, el minarete Kalyan, la madraza Kalan y la madraza Mir-i-Arab al otro lado, la luz del atardecer era hermosa. Nos relajábamos mientras otros turistas posaban para la foto o jóvenes se les acercaban para venderles cualquier cosa.
A contrapartida hay muchos restaurantes, tiendas de souvenirs a precios subidos, pero a estas alturas del viaje no nos incomoda, es lo que hay. Disfrutamos de la ciudad tranquilamente, saboreando los rincones que más nos gustaron, a nuestro ritmo, y sobretodo reencontrarnos con Pau y Álvaro. Al regresar a nuestros aposentos, nos percatamos que íbamos a pasar esa noche completamente solos en un caravanserai y nos sentimos unos privilegiados. El resto de días nos triunfamos un mini apartamento que aprovechamos hasta que llego la fecha de entrada de la visa turkmena. Próximo destino, Turkmenistán.