Ya entrados en el estado de Tamil Nadu, la siguiente parada fue en la bulliciosa ciudad de Madurai. Por ahorrarnos una noche de alojamiento, viajamos en un tren nocturno por tan solo 100 rupias los dos. Al llegar por la mañana, únicamente salimos de la estación de trenes para ver el templo más importante de la ciudad, seguro que tiene algo más que ofrecer, pero no nos atraía demasiado la idea de parar en una gran ciudad. Lo que si nos llamaba la atención era el templo de Sri Meenakshi dedicado a Meenakshi, o lo que es lo mismo, a Parvati, consorte de Shiva. Un templo enorme lleno de figuras y de arquitectura dravidiana.
Kodaikanal, es otra historia. Un respiro en Tamil Nadu. A cualquier tamil que le digas que vas a esta población, te dirá que es la mejor decisión que puedas tomar. Se sienten alegres que en su estado haya un lugar así de bonito. Y no es para menos, es un sitio muy agradable. No tan agradable es la carretera por la cual se accede, llena de curvas y poco recomendable para personas con vértigo. Se encuentra a 2100 metros de altitud, y sobretodo al salir, que va de bajada, hay que hacer un acto de fe con los conductores de los destartalados autobuses. Te sientes como en una montaña rusa.
La ciudad se extiende alrededor de un lago, con sus barcas de paseo y todo tipo de comercios en sus orillas. Hace las delicias de los indios que la visitan. Los gorros, chaquetas de abrigo y pantalones de franela se venden en las calles a los recién llegados, y es que aquí hace frío. Un par de calles conforman el centro, pero el resto de la ciudad se extiende por las laderas de las montañas de una manera más dispersa, sin aglomeraciones.
Es un buen lugar para estar unos días, sobretodo si hace buen tiempo. En sus alrededores hay diferentes rutas por las que perderse entre árboles, rocas y abismos de infarto. Es curioso que no haya una gran presencia de agencias de excursiones, y es que a raíz de un gran incendio los permisos para hacer trekking se han endurecido, y los guías no abundan. A parte, los indios no son mucho de andar. De todas formas, la Dolphin’s Nose y la Echo Rock son opciones asequibles para cualquiera que quiera asomarse al vacío o hacer resonar su voz en las paredes de las laderas. Las cascadas más cercanas a la localidad no son de gran atractivo, puede que sean lugares tranquilos, pero algo sucios y descuidados. Lo más agradable es perderse por distintas callejuelas, cercanas a arroyos y respirar un poco de esa preciada paz que ofrece el lugar si te alejas del centro.
Si coincide en domingo, se monta mercado. Los habitantes de localidades cercanas llegan hasta Kodaikanal para vender sus productos y todos aprovechan para hacer la compra de la semana. Fruta, verdura, leche, bollos… todo se vende y se compra, en un ajetreado ir y venir por la calle Poet Tyagaraja.
Conocimos a Rudy y su familia, couchs que no pudieron alojarnos pero que si nos invitaron un par de veces a que disfrutáramos de la burbuja internacional de este lugar. Sentados en la veranda de su casa, con vistas a las montañas. Bocaditos de queso. Bebiendo ron con agua caliente para huir del frío. De la burbuja regresábamos al barrio donde nos hospedábamos y nos juntábamos con el encargado del hotel que andaba en otras historias.
Literalmente esto parecía más casa de un couch, que un hotel. Convivencia intercultural. De pago. La situación era graciosa. Recién levantados, con un frio que pela. Nos juntábamos en recepción. Buenos días. Él con la manta puesta. Por las noches brasero y cine del bueno, indio. Y es que esto es un negocio indio, a quién le importa como lo vean desde la puerta ni la pinta que uno tenga. Un tipo peculiar que se afanaba por que nos sintiéramos bien. Y es que en un edificio de tres plantas estábamos únicamente los tres.